Alberto González Arzac fue un día a visitar a su madre sin
anunciarse, como solía. Grande habrá sido su sorpresa cuando encontró que la
señora estaba atendiendo a un correcto caballero, que había aceptado el convite
de un café. El señor de marras no se había identificado, y se había limitado a
preguntar por el abogado, por lo que la dueña de casa lo supuso un amigo o
conocido de su hijo. En realidad se trataba de un enviado de Eduardo Massera
que le transmitió el interés del almirante por tener una entrevista.
Preocupado, el invitado le contó el episodio al ex ministro
Ángel Robledo y le pidió su consejo. Éste, que conocía el paño, le preguntó
entonces si prefería ir a visitar al ex COARA en un taxi “o en un Ford Falcon con una capucha en la cabeza. Eso sí”, le
recomendó, “no deje de llamarme en cuanto
salga de la entrevista, yo estaré esperando y si pasa más de un par de horas
sin que usted me llame, empezaré a moverme para ubicarlo”.
Con panorama tan alentador, fue a la entrevista. Massera ya
no tenía el poder omnímodo de antaño y lo recibió como hijo de un camarada. Su
padre había sido, claro que antes de 1940, oficial de la Armada. ¿Cómo el hijo
podía ser tan desamorado hacia la familia naval? Alberto litigaba por esos días
–en que todavía desaparecía gente- representando a José María Rosa contra
Massera y sus cómplices Videla y Agosti. Naturalmente, le respondió que él no
tenía ninguna enemistad con la Armada Argentina, sino que se trataba de la
defensa de su cliente. Massera lo dejó ir con vida. Es de suponer que durante algún
tiempo nuestro amigo habrá aguzado sus precauciones y mirado con mayor
preocupación las sombras que se le menearen delante, aunque éstas no lo
asustaran, como dice el poeta.
Descendía de próceres. Algún partidario del virrey Cisneros
había denunciado con resentimiento la participación en la revuelta del 25 de
mayo, de un grupo de manolos
embozados que amedrentaban a la gente decente arrastrando sus sables
ostensiblemente. Los mandaba “French, el del correo, Berutti (oficial de las
Cajas) y un Arzac que no es nada (y que se decían) representantes del pueblo”.
El tal Arzac, no sería nada, pero, ocupaba espacio, ya que se dice del que
medía más de dos metros.
Nuestro amigo no tenía la estatura física de su antepasado,
pero le sobraba coraje como lo muestra su aventura con el chacal de la ESMA.
Había nacido en Mar del Plata en 1937, estudió derecho en la capital de la
provincia y, como estudiante de La Plata, no le quedaba más remedio que ser pincharata. Fue también en La Plata
donde comenzó su militancia radical, que lo llevó a compartir tribunas con
Balbín y Frondizi. Sin embargo, el carácter dictatorial, y sobre todo la
naturaleza antinacional y antipopular de la Libertadora
lo fue acercando al peronismo.
Era ya un seguidor de su maestro en el derecho
constitucional, el entrerriano Arturo Sampay sobre el cual desarrolló infinidad
de publicaciones, pero sobre todo, se convirtió en su más completo intérprete y
en el mejor difusor del pensamiento del padre de la Constitución de 1949.
Tuvo militancia en el sindicato judicial platense, y fue
hombre de la resistencia. También reconocía como maestro a Pepe Rosa, y su
condición de letrado del maestro lo llevó a los peligros que mencionáramos.
Autor de innumerables libros, lo suyo fue más allá del Derecho y de la
Historia. Con su mujer, Marisa Uthurralt se ocupó de la música ciudadana y
entre los productos de ese afán contamos el invalorable Tango aborigen y, ya sólo, Tango
y política.
Su condición de historiador lo llevaría con justicia a
presidir al Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas, en el que no se limitó a
cumplir con una trayectoria burocrática, sino que no vaciló en apretar algunos
callos.
Gran amigo de Fermín Chávez, mostraría su condición de
dibujante continuando, luego de la muerte del historiador de Nogoyá, su
publicación casera, cultural y humorística LA MORCONA DEL ZANJÓN, en la Fermín
nos mandaba imaginarios mensajes desde el cielo.
Su trayectoria lo llevó, al asumir en 1989 un gobierno que
se definía como peronista, a la Inspección General de Justicia de la Nación, a
la que renunciaría ante la política de entrega llevada adelante por el
presidente que se vanagloriaba de ser el mejor alumno del imperialismo
explotador.
La vida le reservaría la revancha de que otro gobierno,
éste sí auténticamente nacional y popular, lo eligiera como abogado del estado
en las acciones legales que trataban las tropelías de Papel Prensa.
Reconocido por la legislatura porteña como Personalidad
Destacada en el Ámbito del Derecho, la Historia y la Cultura, Tuvimos el
privilegio, de que el Instituto Nacional
Manuel Dorrego le entregara, un
mes atrás, un reconocimiento a su obra historiográfica. En esta oportunidad Eduardo Rosa estuvo a
cargo de la distinción y lo definió como un militante del pensamiento
revisionista. González Arzac manifestó la emoción de recibir un premio que
lleva el nombre de su maestro: José María Rosa. “Pepe Rosa es un hombre al que he
querido muchísimo. No solo fue mi profesor, sino que en momentos muy difíciles
fui su defensor, y un entrañable amigo.”
Eso mismo, un entrañable amigo, además de maestro y
compañero, es quien hoy nos ha dejado. Con su obra ha quedado el recuerdo de su
hombría de bien y de su permanente alegría de vivir, imprescindible, como decía
Jauretche, para producir gestas revolucionarias.
Enrique Manson
Junio de 2014
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