En
1935, la Década Infame, se aceleró la migración del interior a
Buenos Aires. Eran los “cabecitas negras”, aunque muchos llegaban
de la pampa gringa que, atacada por la crisis dejaba sin ocupación a
los trabadores agrícolas.
La
atracción venía desde que el puerto había empezó a crecer a costa
del empobrecimiento de las provincias. Los jóvenes sin horizontes
llegaban, ahora, del interior bonaerense, del sur santafecino o de
las cuchillas entrerrianas, regiones hasta ayer opulentas.
Entre
ellos llegaría una quinceañera de Junín, aunque había nacido en
Los Toldos, que esperaba triunfar como actriz. Era Eva Duarte.
Protagonizaría un papel trascendente en la historia real.
En
enero de 1944, San Juan fue destruida por un terremoto. La
solidaridad, y la ayuda llegaron de todo el país. En el gobierno
militar, un oficial se destacaba como Secretario de Trabajo y
Previsión. El coronel Juan Perón, con su laboriosidad desbordante,
se puso a la cabeza de la colaboración y estuvo presente en el
festival que los artistas organizaron en el Luna Park. Allí se
conoció con Evita Duarte. “Quiero hacer algo por esa pobre gente
que en este momento es más mísera que yo”, le dijo. “Yo la
miraba”, contaba Perón en 1956, “y sentí que sus palabras me
conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su
mirada.” Al poco tiempo vivían juntos, con escándalo de los
pacatos. En los años siguientes, juntos impulsarían la
transformación de un país.
Como
decía Fermín Chávez, cuando hay Historia, el mito es innecesario.
No fue Evita la que levantó a los trabajadores para liberar al
coronel el 17 de octubre. No tenía entonces la experiencia ni, mucho
menos, las relaciones políticas y sindicales.
Hizo
lo que podía por la libertad de su compañero, más allá de toda
especulación política. No pudo entrar al Hospital Militar a verlo,
ni conseguir el abogado que gestionara un habeas corpus. Según
parece, fue reconocida por un taxista que la entregó a los heroicos
estudiantes que ocupaban la facultad de Derecho en Avenida Las Heras.
Estos la golpearon y debió refugiarse casa de una amiga.
Siguió
los acontecimientos por radio y, después de medianoche pudo reunirse
con el coronel.
No
necesitaba de fantasías para convertirse en lo que fue después.
Decía el embajador de Videla, Américo
Ghioldi “Todo
lo que Eva Perón es resulta del poder dictatorial. No hay ningún
aporte personal. Un robot electrónico habría cumplido parecidas
funciones. La llegada a la Casa Rosada es su solo camino de Damasco
que la convierte de una doña Nadie en 1943, en una Reina en 1946”.
Nuestro Fermín, responde que “en
la historia, como en la vida misma, nada se crea ex nihilo. Por eso
es que resulta casi una tontería sociológica esa observación...
Sin Evita Duarte no podía haber Eva Perón”.
“En
cada
necesidad, un derecho”, veía, y se entregó a satisfacerlos. Para
algunos fue sólo un “invento” de Perón. Para otros, manejaba a
su antojo a un pusilánime coronel. Se entregó a su marido con la
misma pasión con que lo hizo a la causa de los desposeídos.
Se
le atribuye resentimiento, por ser hija natural y por la pobreza de
sus primeros años. De ahí habría surgido su gusto por las joyas y
la ropa suntuosa y el odio a las familias patricias. Pero éstas no
la detestaron menos. En todo caso, las veía como las enemigas de
Perón y de sus grasitas.
Dejó atrás la frivolidad de sus atuendos -tenía menos de treinta
años entonces- cuando podía ser un inconveniente para su quehacer
social.
La
política social impulsada por Perón tenía mucho que ver con sus
expectativas reivindicatorias. No se trataba de acompañar al Coronel
en
una aventura política personal, sino de hacerlo en una patriada con
un contenido social.
Trabajó
en una oficina del Correo Central, pero fue en la Secretaría
de
Trabajo y Previsión, en septiembre de 1946, donde lanzó su
proyección política. El Movimiento Obrero Organizado, al que Evita
no era ajena, atendía las necesidades de los trabajadores
sindicalizados. Pero el inmenso número de marginales, de ancianos
que no habían trabajado dentro de un sistema conveniado, de madres
solteras, de niños sin padres, y de tantos otros, que no estaban
cubiertos por la legislación social, encontró solución a sus
dramas, primero en la Secretaría
y,
más adelante, en la Fundación.
En
sus entrevistas cotidianas con los pobres y los trabajadores, -que
concluían siempre con la satisfacción de las demandas- adquirió la
experiencia que le faltaba. Su oratoria se perfeccionó. La
Compañera
Evita, se
convertía poco a poco en la referente de los trabajadores y los
dirigentes gremiales encontraban en ella un liderazgo interno.
Su
rol político, complementaba al de Perón sin competir con él. Al
mismo tiempo, nutría su natural agudeza política que la iba
convirtiendo en única e imprescindible interlocutora de Líder,
aislado en la soledad del poder.
Impulsó
la sanción de la ley 13010 de sufragio femenino. “La
mujer argentina ha llegado a la madurez de sus sentimientos y sus
voluntades… debe ser escuchada, porque supo ser aceptada en la
acción. Se está en deuda con ella. Es forzoso restablecer, pues,
esa igualdad de derechos, ya que se pidió y se obtuvo…esa igualdad
en los deberes.”
El
9 de septiembre de 1947 se estableció que “las
mujeres argentinas tendrán los mismos derechos y estarán sujetas a
las mismas obligaciones que les acuerdan o les imponen las leyes a
los varones argentinos”, con el voto unánime de ambas Cámaras. A
Evita le temblaban las manos “al
contacto con el laurel que proclama la victoria [...] Aquí está,
hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos,
una historia larga de luchas, tropiezos y esperanzas”.
Fue
la pareja presidencial la que lanzó el rumor acerca de la fórmula
Perón-Eva Perón para las elecciones de 1951. Perón y Evita
trataron de taponar la candidatura a vicepresidente ante posibles
sorpresas. (En otra parte hemos comentado la desconfianza del General
hacia lo que Sarmiento llamó La
precaución inútil. Y
los argentinos de 2008 a 2010 han aprendido de su peligrosidad) Las
resistencias -sobre todo en el Ejército- no parecen haber tenido
fuerza para oponerse. Muchos se entusiasmaron con lo que en realidad
no habría sido otra cosa que una maniobra distractiva del Líder
y
su principal colaboradora, y la propia Evita debió impresionarse con
la masiva demanda del Cabildo Abierto del Justicialismo. En realidad,
con la vicepresidencia, estaba lejos de ganar espacio o poder. Siendo
Evita
era
mucho más.
Los
primeros síntomas de su enfermedad fueron el acicate que la impulsó
a aprovechar hasta el último segundo de lo que le restaba de vida.
La actividad febril de los meses siguientes superó con creces lo que
había sido su ritmo de trabajo anterior. Internada, pudo votar
-¿cómo no iba a hacerlo?- en las primeras elecciones en que lo
hacían las mujeres.
El
1º de mayo habló por última vez desde el balcón: “Mis
queridos descamisados: Otra vez estamos aquí reunidos los
trabajadores y las mujeres del Pueblo; otra vez estamos los
descamisados en esta plaza histórica del 17 de Octubre de 1945, para
dar la respuesta al Líder del Pueblo, que esta mañana al concluir
el mensaje dijo: ‘Quienes quieran oír que oigan; quienes quieran
seguir que sigan.’
[...]
Compañeros, compañeras: otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy
con ustedes, como ayer, como hoy, como mañana. [...] Yo saldré con
el Pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del Pueblo, yo
saldré con los descamisados de la Patria,… porque nosotros no nos
vamos a dejar aplastar por la bota oligárquica y traidora de los
vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora”.
Recuerda
Marysa Navarro que “El
día antes de morir, cuenta Perón, lo mandó llamar porque quería
hablar a solas con él. Se sentó sobre la cama y ella hizo un
esfuerzo por incorporarse. Su respiración era apenas un susurro: ‘No
tengo mucho por vivir -dijo, balbuceante–. Te agradezco lo que has
hecho por mí. Te pido una sola cosa más... No abandones nunca a los
pobres. Son los únicos que saben ser fieles”… A las ocho y
veinticinco, una hora que miles de argentinos recordarían por muchos
años, dejó de respirar.
Tenía treinta y
tres años”
Viejos
peronistas que la conocieron de cerca imaginan que con ella no
hubieran ocurrido los trágicos hechos de 1955. Los montoneros, en su
momento, la imaginaban opuesta a un Perón conservador y afirmaban
que si “viviera, sería montonera”. Conociéndola, es fácil
suponer que sería peronista.
¿Tiene
sentido en Historia especular sobre lo que pudo ser? Si la Historia
no es lo que pasó antes, sino lo que empezó entonces, continúa hoy
y se proyecta al futuro, si como decía Jauretche, entendemos que
somos eslabones de una cadena que no empezó, ni terminará, con
nosotros, lo que queda es comprender ese pasado y, para quienes
compartimos los ideales de quien ha sido justamente consagrada como
Mujer del Bicentenario, cumplir con su profecía: “Yo sé que
ustedes recogerán mi nombre y lo levarán como bandera a la
Victoria.”
Y
algo de eso debe haber, cuando los jóvenes del 2014 cantan que
seguirán la
bandera de Evita de la cuna hasta la tumba.
Enrique
Manson
Julio
de 2014