viernes, 28 de marzo de 2014

LAS MALVINAS SON SURAMERICANAS


Durante décadas, los gobiernos de los países hermanos apoyaron la reclamación permanente que la Argentina hacía por nuestra soberanía en las Malvinas.
El 2 de abril de 1982, la dictadura encabezada por Leopoldo Fortunato Galtieri ocupó las islas. Se trataba de una vieja aspiración nacional. No era de extrañar que se llenara la Plaza donde la dictadura nos había echado a palos y gases lacrimógenos dos días antes.
La guerra resultó una gran frustración. Siempre sospechamos de las razones de los déspotas que gobernaban. Por fin, terminó con la rendición, que Galtieri anunció diciendo: “la batalla de Puerto Argentino ha terminado.”
Cuando el canciller Costa Méndez visitó La Habana durante la guerra, Fidel Castro la definió como una guerra de liberación nacional, y agregó: “ (...) ninguna guerra de liberación nacional se pierde, siempre que se esté dispuesto a pelearla.”   
Es que la dictadura se había lanzado sin saberlo a una guerra colonial. Las guerras coloniales enfrentan a un imperio con una colonia o con un país pequeño. El agresor busca una ganancia económica, apropiarse de un punto geográfico estratégico, o una fácil conquista de prestigio.
Es una inversión en dinero, en sangre, en materiales y armamento, cuyo costo no debe superar el beneficio esperado. Por eso, los franceses fueron vencidos por Rosas en 1840, y por eso los Estados Unidos abandonaron Vietnam en la década de 1970. La resistencia de los pueblos terminó por quebrar la voluntad de los imperios. La dictadura soñaba que Londres se resignaría tras algunos cansados rugidos, y que los americanos defenderían a quienes colaboraban en la guerra sucia centroamericana.  
La dictadura la afrontó en inferioridad material. Pero además, era imposible que uniformados formados en la “guerra sucia”, la patota, el secuestro y la tortura emprendieran una guerra de liberación, que exige contar con la adhesión popular. Y mal podían pedirla quienes durante seis años habían martirizado al pueblo argentino. 
Claro que hubo aviadores cuyo heroísmo asombró a los enemigos, oficiales al frente de sus tropas y soldados que, con más coraje y patriotismo que pericia, superaron las limitaciones de instrucción, medios y conductores incapaces. 
El clarín de la Patria sonó desafinado tocado por los lacayos del Imperio. Y la ilusión de muchos se perdió en las compadradas inconsistentes o en las  bravatas de los medios afines que horas antes del fin gritaban “¡estamos ganando!”
En la guerra de liberación que la dictadura –sin ser conciente de ello- emprendió en 1982, tuvimos la solidaridad del continente. Es cierto que Pinochet, el chacal de Santiago, movido por disputas de carroña con los que aquí mandaban, se salió del conjunto y ayudó descaradamente al Imperio. Pero hubo otros chilenos, como los que en el diario El Sur de Concepción que publicaron, en abril de 2002: “Después de veinte años, no es fácil hacer un retrato de la visión de los chilenos de entonces del conflicto.
El comienzo fue visto casi como quien presencia una confrontación deportiva. No me consta si hubo literalmente un titular así, pero perfectamente pudo haberlo: ‘Primer round (o set, o tiempo): Argentina 1, Reino Unido 0’. Y cuando finalmente zarpó la flota británica hacia el Atlántico sur, la noticia se convirtió en un juego de especulaciones y adivinanzas.
El brusco despertar lo produjo el hundimiento del Belgrano. Ese día el conflicto dejó de ser una especie de serie de televisión o uno de los (entonces) novedosos juegos de computadores. De pronto muchos chilenos nos dimos cuenta que la guerra era una dura realidad, con muertos de verdad y dolores no fingidos. La mayoría de nosotros recuperó el sentido americanista que nos había caracterizado por décadas y que la Junta Militar trató de reemplazar en algún momento por el nacionalismo de mercado.”
En los foros internacionales, nuestras repúblicas fueron siempre solidarias. Sin embargo, la decisión del gobierno de Montevideo al negar la autorización a la fragata HMS Gloucester destinada a la protección de la colonia “Falkland”, que no pudo reabastecerse en puertos uruguayos fue un gigantesco paso adelante.
Vamos hacia la unidad, sin la cual la Argentina no tiene destino posible. Seguiremos, como no, discutiendo por el régimen de los ríos compartidos, por el fútbol, por la invasión de frangos (pollos) baratos en nuestras góndolas, o de autopartes en los talleres de países vecinos. Como lo hemos hecho y haremos hasta el fin de los tiempos entre porteños y provincianos, entre tucumanos y santiagueños, entre santafesinos y rosarinos.
Pero si, como bien se ha dicho, pese a las rejas que el Gobierno de la Ciudad Autónoma ha puesto a sus monumentos, Bolívar y San Martín cabalgan de nuevo por el continente, hoy podemos afirmar que los acompaña el hermano mayor de nuestro federalismo, José Gervasio Artigas, afirmando como ayer: “Los pueblos de América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos.”


Enrique Manson*
Abril de 2014


SUPLEMENTO Nº5 PEPE ROSA

SUPLEMENTO Nº5 PEPE ROSA junio 26, 2017 Suplemento especial Nº 5 UNA MUCHACHA DE LOS TOLDOS En 1935, plena Década Infame...