Sin embargo, creemos que nuestra
Patria ha tenido otros maestros. Y no por casualidad, preferimos
recordar a uno que se fue hace cuatro décadas y que nos dejó no
pocas enseñanzas.
Durante
un homenaje al doctor Ramón Carrillo, el hombre que personifica la
política y la obra de Salud del Movimiento Nacional, una compañera
de destacada y consecuente trayectoria, maestra ella, se lamentaba
desde nuestro lugar de educadores decía que, así como tenemos en el
sanitarista santiagueño el paradigma del Gran Médico, no teníamos
el del Gran Educador. Es que olvidaba que ese paradigma en el
peronismo está representado –ni más ni menos- por el propio
fundador y conductor de la revolución justicialista. Éste
recordaba, irónicamente, que por tradición familiar pudo haber
tenido un destino de galeno, pero que por no haber estudiado en la
Facultad de Medicina y haberlo hecho en el Colegio Militar, nunca
había matado a nadie.
Pero,
si Perón no fue médico, si fue un educador. Más precisamente, el
Gran Educador, que nuestra compañera añoraba. Y lo de menos fue, en
ese terreno, su paso formal por las aulas de la Escuela de Guerra,
donde nacieron sus Apuntes
de Historia Militar,
que algún joven ex peronista arrepentido utiliza para atribuirle
responsabilidad en los crímenes de la dictadura de 1976, por haber
utilizado en ellos el término castrense aniquilar.
A pesar de su sobresaliente relato de las vidas de los grandes
generales de la historia y su minuciosa descripción de sus
principales batallas, Perón diría, años después, que sólo se
trataba, precisamente, de apuntes,
para facilitar el
estudio de los
jóvenes oficiales.
El
General tenía la condición innata del maestro. Esto se infiere de
la lectura de muchos de sus discursos y de un sinnúmero de
publicaciones. Su claridad literaria es tan notable como su valor
didáctico. Ya en un discurso clásico, pronunciado el 10 de junio de
1944 en la Universidad Nacional de La Plata, bajo el título de
Significado de la
Defensa Nacional desde el punto de vista militar,
iba más allá de establecer la doctrina que habría de guiar a
nuestras fuerzas armadas hasta una década después de su
derrocamiento en 1955, cuando se instaló la Doctrina
de Seguridad Nacional,
bajada del Pentágono para la cruel represión de los pueblos
iberoamericanos.
En
aquella pieza se refería a la guerra moderna, que había dejado de
ser enfrentamiento entre militares para dar participación a toda la
población. Se basaba en la tesis del mariscal von der Goltz; La
nación en armas. Por
eso mismo, era imprescindible asumir “el
terrible flagelo que
(la guerra) representa
para una nación (y
que) debe ser en lo
posible evitada y solo recurrir a ella en casos extremos.
Un
país en lucha puede representarse por un arco con su correspondiente
flecha,…y apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra.
Sus
fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que
constituye la punta de la flecha, pero el resto de esta, la cuerda y
el arco, son la nación toda, hasta la última expresión de su
energía y poderío.”
De
ahí que la defensa nacional sólo es posible con una comunidad
integrada, desarrollada y con relaciones internas armónicas. Por
ello, “una gran obra
social debe ser realizada en el país; tenemos una excelente materia
prima, pero para bien moldearla es indispensable el esfuerzo común
de todos los argentinos…
La
defensa nacional es así un argumento más, que debe incitarnos para
asegurar la felicidad de nuestro pueblo.”
En el plano económico “La
defensa nacional exige una poderosa industria propia, y no
cualquiera, una industria pesada.”
Dejaba
atrás la concepción del país exclusivamente agrario.”
El obrero argentino, cuando se le ha dado oportunidad para aprender,
se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero.” Eso
permitió que se desarrollara espontáneamente una industria durante
la primera guerra mundial, pero la indolencia del Estado, dominado
por la ideología agrarista tradicional, permitió que desapareciera.
Ya
en 1944, y en el marco de una exposición referida a la defensa de la
nación aparecía su visión de la justicia social y de la
independencia económica a través del desarrollo industrial.
El
11 de noviembre de 1953, siendo presidente de la Nación, expuso en
la Escuela Nacional de Guerra una conferencia reservada, por el
carácter de algunos de sus contenidos. Efectivamente, su divulgación
podía afectar negativamente nuestras relaciones con países vecinos
en sectores influidos por la propaganda anti argentina del
departamento de Estado, enemigo de toda integración de los países
del Sur.
En
ella exponía magistralmente la prioridad de esa integración que no
habían logrado San Martín y Bolívar y cuyo fracaso parecía
condenarnos a ser eternos enemigos de Brasil y de Chile.
Convencido
de que el mundo marchaba hacia la superación de los estados
nacionales por conglomerados continentales, Perón decía: “Yo
no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos
fehacientemente, que poseemos toda nuestra voluntad real, efectiva,
leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el
continente.
Pienso
yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados: pienso
también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000
llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un
poco antes del año 2000, y llegar en mejores condiciones que aquella
que nos podrá deparar el destino.
…..
La
República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo,
no tiene unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad
económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el
momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo
entero, sobre todo para el futuro, porque esta inmensa disponibilidad
constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
…
Esto
es lo que ordena, imprescindiblemente, la necesidad de la unión de
Chile, Brasil y Argentina. Es indudable que, realizada esta unión,
caerán en su órbita los demás países sudamericanos, que no serán
favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y
probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o
juntos, sino en pequeñas unidades.”
Ya
en el exilio, y produciendo el fenómeno único en la historia
universal de conducir desde 15.000 kilómetros de distancia a un
pueblo que se identificaba fielmente con sus ideales de Soberanía,
Libertad y Justicia, para concluir con su glorioso regreso, tras
diecisiete años de ostracismo, siguió ejerciendo la docencia. La
correspondencia con que orientaba a sus seguidores alcanza una de sus
mayores cumbres en las cartas destinadas a un hombre que, como él,
provenía de las filas del Ejército y que, a su juicio, necesitaba
de consejos que le permitieran pasar del mando militar a la
conducción política; el mayor Bernardo Alberte.
El
yorma,
como lo llamaban cariñosamente los militantes, tenía la difícil
misión de buscar la reconciliación entre dos bandos sindicales
ferozmente enfrentados, y el general lo aconsejaba:
“Nosotros hemos sido educados para el mando, mandar es obligar,
conducir políticamente, es persuadir. Al hombre es mejor persuadirlo
que obligarlo. También media un abismo entre las formas de mando
militar y las de la conducción política. Es preciso entonces que
nos pongamos en la nueva técnica, ya que la teoría de la conducción
contiene, tanto para la lucha activa como para la política, los
mismos principios con los cambios impuestos en los medios de la
acción. La lucha de dos voluntades contrapuestas, sigue siendo lo
mismo.”
Para
refirmar los buenos consejos, el General abrevaba, como viejo gaucho
sureño, a su libro de cabecera por excelencia, el Martín Fierro
“Viene el hombre con
la astucia que ha de servirle de guía; sin ella sucumbiría, pero
según mi experencia, se vuelve en unos prudencia y en los otros
picardía.´ Nosotros, para esta lucha, necesitamos de los prudentes
y de los pícaros’.”
Y
a Martín Fierro recurrió Perón, en uno de sus discursos finales
dirigido a la turbulenta juventud de los ’70.
Y les doy estos consejos,
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