miércoles, 10 de junio de 2015

CON FUSILARME A MÍ, BASTABA Gral. Juan José Valle


En su exilio paraguayo, en la primavera de 1955, Juan Perón concedió una entrevista a la United Press. Además de las críticas a la “reacción oligárquico-clerical” que lo había derrocado y a la que auguraba poco tiempo en el poder, mencionó su fe en los peronistas, quienes asumirían ahora el protagonismo. “Les dejé una doctrina, una mística y una organización. Ellos la emplearán, cuando llegue la hora.”


Había dejado doctrina y mística, aunque pocos dirigentes habían demostrado tenerlas a las horas de prueba. Lo de “organización” estaba por verse. Pero si la mayor parte de los figurones, desgastados por diez años de poder, dejaron el protagonismo, el pueblo peronista tenía clara conciencia de que el gobierno caído era el propio, más allá de los errores y las claudicaciones que pudiera haber tenido, y los que gobernaban desde septiembre eran los contreras como se llamaba a los enemigos de Perón. Por si quedaran dudas, desde noviembre los sindicatos estaban siendo ocupados, con ayuda militar, por viejos dirigentes desplazados socialistas, radicales o comunistas. Y sobre todo, las condiciones de vida de los trabajadores caían rápidamente. Esto favoreció la formación espontanea de núcleos de resistencia. Inorgánicos, dispuestos a la lucha, pero con pocas armas, y con pésimos sistemas de seguridad que facilitaban infiltración de espías.


El sabotaje, las huelgas, la casa propia como refugio de los compañeros perseguidos por la policía se hicieron cosa de todos los días. Comenzaron los contactos entre núcleos, hasta que los generales Juan José Valle y Raúl Tanco se pusieron a la cabeza. Engañados como los trabajadores que sólo veían peronistas en los lugares que frecuentaban, supusieron que el levantamiento de algunos oficiales arrastraría al resto de las Fuerzas Armadas, al fin y al cabo mayoritariamente legalistas en septiembre. La dictadura gobernante, que contradecía su retórica democrática, la proscripción de los vencidos, la ocupación violenta de los sindicatos, las medidas antinacionalistas y el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, habrían defraudado seguramente, a la mayoría de los oficiales. Pero el ambiente militar estaba lejos de lo que soñaban los conspiradores. A las purgas de peronistas y nacionalistas había seguido el rápido cambio de camiseta de los oportunistas tanto más libertadores, cuanto más peronistas habían sido durante la tiranía.


El movimiento se proponía “restablecer el Estado de Derecho”, llamando a elecciones sin proscripción alguna en 180 días, levantando las restricciones a la libertad de prensa y poniendo en libertad a los detenidos políticos. Durante esos seis meses se revertiría la política económica y social antinacional y antipopular. Las Fuerzas Armadas serían reestructuradas “con vistas a las necesidades de la defensa” reincorporándose a aquellos que hubieran sido alejados por razones políticas. “Por ello, sin odios, ni rencores, sin deseos de venganza...llamamos a la lucha ...por la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria.” Era un lenguaje conciliador al lado de los primeros documentos que enviaba Perón desde el exilio o el manifiesto del Comando Nacional del Partido Peronista, firmado por Marcos y Lagomarsino el 24 de febrero, que denunciaba a “La Oligarquía sangrienta y Usurpadora” No impediría la sed de escarmiento.


La revolución estaba “vendida”, como diría años más tarde Reynaldo Benavidez. El gobierno, que había firmado antes del estallido el Decreto-Ley Nº 10.362 por el que establecía la ley marcial, dejó que los revolucionarios avanzaran en su proyecto. Había que dar un escarmiento. Valle no pudo instalar el transmisor que lanzaría la proclama por que los encargados de hacerlo fueron copados y reducidos. El general, imposibilitado de comunicarse con sus seguidores, quedó aislado. Ni siquiera pudo ordenar que se detuvieran las acciones. En la guarnición de Palermo los rebeldes fueron copados. En Campo de Mayo, los coroneles Cortínez e Ibazeta debieron rendirse casi sin combatir por la falta de noticias y la enorme superioridad enemiga. En Santa Rosa, el capitán Phillippeaux logró poner en el aire la proclama, pero debió huir al acercarse efectivos superiores. En La Plata, el coronel Oscar Cogorno logró apoderarse del regimiento 7 de infantería y envió una compañía a ocupar la Jefatura de Policía que suponía aliada. Desde el edificio fueron recibidos por intenso fuego. Pasó la noche sin noticias de Valle y, por fin, se retiró ante el evidente fracaso, intentando huir. Sin embargo fue reconocido por un patriota que lo delató y fue fusilado.










Se ha decretado la Ley Marcial


La represión fue tan feroz como calculada. Al comenzar el 10 de junio, se conoció un comunicado del vicepresidente Rojas: “Se comunica al pueblo de la República que se produjeron levantamientos militares...Se ha decretado la ley marcial en todo el territorio de la República.” El Decreto-Ley estaba firmado antes de que empezara la sublevación. Aramburu, ausente de la Capital, regresó de inmediato.


El gobierno no respetó siquiera su propia “legalidad”. En Lanús y José León Suárez se fusiló, por orden telefónica del jefe de Policía a civiles y militares capturados antes de la vigencia de la ley marcial . En Campo de Mayo se fusiló a militares ya juzgados por tribunales que habían desechado la pena de muerte. El ministro de Guerra, Osorio Arana ordenó volver sobre la cosa juzgada. Cuando se intentó conseguir una contraorden de Aramburu, la respuesta fue “El presidente duerme y ha dado orden de no ser despertado bajo ningún concepto.”



El presidente duerme


Entre otras atrocidades, se hicieron simulacros de fusilamiento a presos políticos y se sacaron refugiados de la embajada de Haití, salvados por la enérgica actitud de la esposa del embajador que enfrentó al caucásico general Cuaranta, y sobre todo por la intervención de la embajada de los Estados Unidos. Valle estaba oculto. Es imaginable la presión moral que sufriría ante las ejecuciones, cuando le llegó la versión de que los fusilamientos se detendrían cuando él se entregara. 

Lo hizo el martes 12, y fue enviado a la Penitenciaría, mientras el gobierno informaba que había sido capturado “siendo rodeada la manzana del escondite por efectivos de la Policía Federal.” Su hija Susana logró entrevistarse con monseñor Tato, quien gestionó un pedido de clemencia del Papa a Aramburu. Era necesaria la postergación de la ejecución por unas horas para lograr las comunicaciones con Roma. La prórroga no se concedió y Valle -el moderno Dorrego- debió despedirse personalmente de su angustiada hija, recomendándole, como el mártir de Navarro, que “no guardes amargura con nadie.” En carta a su asesino diría: Con fusilarme a mí bastaba. Pero, no, han querido escarmentar al pueblo…De ahí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.

Con fusilarme a mí, bastaba
El presidente Aramburu ya se había despertado.

Enrique Manson 



9 de junio de 2015

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