Recordando los eventos del año 1955, ponemos a disposición la nota de Eduardo Rosa escrita para miradas del sur el año pasado.
Año 7. Edición número 317. Domingo 15 de Junio de 2014
La historia da lecciones. Y si estas lecciones no la aprovechamos corremos el riesgo de volver a cometer los mismos errores.
Yo, en junio de 1955 tenía 18 años recién cumplidos. En mayo, una semana después de mi cumpleaños, a unos compañeros y a mí nos había detenido la policía repartiendo volantes que nosotros mismos habíamos redactado e impreso en nuestro viejo mimeógrafo. El texto de los volantes era de poca importancia. Simplemente deslindaba del nombre Nacionalista a la actuación de la Alianza, convertida por entonces en un mero grupo de choque. Aclaro que yo militaba en la UNES (Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios). Mis dos camaradas –menores de edad– quedaron en libertad, en cambio yo, que ya había pasado por cinco días el umbral de los 18, fui por un mes al penal de Villa Devoto.¿Cuál era el delito?: “Atentado a la seguridad pública”.
No fue esa la primera vez que me detenían y no habría de ser la última. Pero no estamos aquí para relatar cosas tan insignificantes.
Sólo es explicable el 16 de junio de 1955 hablando del conflicto con la Iglesia. No nacen estas cosas por generación espontánea. Hubo un conflicto –como tantos que hubo en nuestra historia– y fue muy mal manejado desde nuestro lado y muy bien aprovechado desde la vereda de enfrente.
En su discurso del 17 de octubre de 1954 Perón señalaba tres enemigos: Los políticos, los comunistas y los “disfrazados de peronistas”.¿Quiénes eran estos “disfrazados”? A poco lo supimos. Los enemigos –lo señalarían artículos publicados en La Prensa, por entonces en manos de la CGT– eran “los católicos”.
Todo parecía indicar que se trataba del naciente Partido Demócrata Cristiano. Se dice que era una iniciativa del papa Pío XII quien lo impulsaba para una Europa amenazada por el avance comunista.
Allí comienza una cadena de errores y tonterías propagandísticas que Perón, viejo zorro de la política local, debió haber previsto.
Por entonces militaba en un grupo en el que estábamos algunos peronistas y otros que no lo eran. Los artículos de La Prensa y el clima que comenzaba a enrarecerse nos llevaron a reunirnos con un joven sacerdote jesuita en el Colegio del Salvador. Recuerdo que mi aporte fue intentar armar una contraofensiva desde el lado peronista. Pero me sorprendió la intransigencia tanto de algunos compañeros míos como del sacerdote. No; se debían atacar frontalmente esos brotes desde la institución Iglesia. Por entonces yo tenía 17 años y mi argumento no convenció. Pero mi conciencia quedó tranquila –yo había hecho lo que podía, que era bien poco–.
Finalmente llegamos al aciago día del bombardeo. Jóvenes pilotos, cuya educación y modelos profesionales fueron las guerras internacionales vistas en el cine, se imaginaron disolver el MAL destruyendo y aterrorizando al “enemigo”, obnubilados por la idea de combatir contra algo diabólico, idea que era fomentada y acicateada por quienes no buscaban casualmente que “venza Cristo”, como “Cristo vence” que para vergüenza de Cristo y de los cristianos verdaderos habían pintado en las alas de los aviones que arrojaron 6.000 kg de bombas y mataron niños, mujeres, radicales, obreros, empresarios, peronistas, y tanta gente que aún no se puede establecer su número.
El número correcto no quiso ser difundido oficialmente. Se impuso una censura de fotografías para no horrorizar ni exacerbar venganzas. Durante muchos años sólo se oyó la campana de la sedicente “Libertadora” que campearía tres meses después y sólo relataría una heroica reacción de marinos que no pudo llegar a cumplir sus altos fines (sólo tuvieron dos muertos y uno de ellos por suicidio) y una salvaje venganza de quienes tuvieron cientos de muertos “quemando las iglesias”.
Y sobre esto es interesante lo que trae Pedro Bevilacqua en su documentado libro Hay que matar a Perón.
Consigna Bevilacqua el testimonio del periodista Ricardo Day, quien al pasar por San Nicolás, de cuya torre salía una densa columna de humo, vio a un grupo de bomberos forzando la puerta con una barreta y se preguntó ¿Los incendiarios cerraron la puerta con llave? Investigó y supo que en las 8 iglesias quemadas (todas en el centro), las puertas estaban cerradas con llave. Que ningún vecino vio a nada paracido a una turba de asaltantes. Que preferentemente se había hecho fuego en las torres, para que el efecto chimenea MOSTRASE el incendio. Que en algunas se habían acumulado cajones y pedazos de cubiertas para hacer mucho humo. Que TODAS habían recibido un aviso el día anterior de que no hubiese sacerdotes. Que los civiles complotados fueron advertidos de que “se esperaba la quema de algunas iglesias, pero que no debían intervenir”. Y finalmente que salvo la Curia, cuyo incendio se produjo por una bomba de aviación, el resto de los incendios había comenzado antes de que terminase el bombardeo a la plaza.
No sirvió para mucho la tardía apertura de las radios a la oposición ni sus llamados a la cordura pocos días más tarde. El 30 de agosto Perón cambiaba de rumbo, y con el famoso discurso de “por cada uno de nosotros caerán cinco de ellos” intentaba volver a reunir su desconcertada tropa y hacer un punto fuerte desde el que se pudiese negociar... pero ya se habían cometido demasiados errores de ambas partes para solaz del imperialismo, que nos tenía como un forúnculo a extirpar...
Ya los argentinos estábamos sumergidos en la locura.
Por eso, como les dije al principio: LA HISTORIA NOS DEBE ENSEÑAR PARA NO COMETER LOS MISMOS ERRORES.
Yo, en junio de 1955 tenía 18 años recién cumplidos. En mayo, una semana después de mi cumpleaños, a unos compañeros y a mí nos había detenido la policía repartiendo volantes que nosotros mismos habíamos redactado e impreso en nuestro viejo mimeógrafo. El texto de los volantes era de poca importancia. Simplemente deslindaba del nombre Nacionalista a la actuación de la Alianza, convertida por entonces en un mero grupo de choque. Aclaro que yo militaba en la UNES (Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios). Mis dos camaradas –menores de edad– quedaron en libertad, en cambio yo, que ya había pasado por cinco días el umbral de los 18, fui por un mes al penal de Villa Devoto.¿Cuál era el delito?: “Atentado a la seguridad pública”.
No fue esa la primera vez que me detenían y no habría de ser la última. Pero no estamos aquí para relatar cosas tan insignificantes.
Sólo es explicable el 16 de junio de 1955 hablando del conflicto con la Iglesia. No nacen estas cosas por generación espontánea. Hubo un conflicto –como tantos que hubo en nuestra historia– y fue muy mal manejado desde nuestro lado y muy bien aprovechado desde la vereda de enfrente.
En su discurso del 17 de octubre de 1954 Perón señalaba tres enemigos: Los políticos, los comunistas y los “disfrazados de peronistas”.¿Quiénes eran estos “disfrazados”? A poco lo supimos. Los enemigos –lo señalarían artículos publicados en La Prensa, por entonces en manos de la CGT– eran “los católicos”.
Todo parecía indicar que se trataba del naciente Partido Demócrata Cristiano. Se dice que era una iniciativa del papa Pío XII quien lo impulsaba para una Europa amenazada por el avance comunista.
Allí comienza una cadena de errores y tonterías propagandísticas que Perón, viejo zorro de la política local, debió haber previsto.
Por entonces militaba en un grupo en el que estábamos algunos peronistas y otros que no lo eran. Los artículos de La Prensa y el clima que comenzaba a enrarecerse nos llevaron a reunirnos con un joven sacerdote jesuita en el Colegio del Salvador. Recuerdo que mi aporte fue intentar armar una contraofensiva desde el lado peronista. Pero me sorprendió la intransigencia tanto de algunos compañeros míos como del sacerdote. No; se debían atacar frontalmente esos brotes desde la institución Iglesia. Por entonces yo tenía 17 años y mi argumento no convenció. Pero mi conciencia quedó tranquila –yo había hecho lo que podía, que era bien poco–.
Finalmente llegamos al aciago día del bombardeo. Jóvenes pilotos, cuya educación y modelos profesionales fueron las guerras internacionales vistas en el cine, se imaginaron disolver el MAL destruyendo y aterrorizando al “enemigo”, obnubilados por la idea de combatir contra algo diabólico, idea que era fomentada y acicateada por quienes no buscaban casualmente que “venza Cristo”, como “Cristo vence” que para vergüenza de Cristo y de los cristianos verdaderos habían pintado en las alas de los aviones que arrojaron 6.000 kg de bombas y mataron niños, mujeres, radicales, obreros, empresarios, peronistas, y tanta gente que aún no se puede establecer su número.
El número correcto no quiso ser difundido oficialmente. Se impuso una censura de fotografías para no horrorizar ni exacerbar venganzas. Durante muchos años sólo se oyó la campana de la sedicente “Libertadora” que campearía tres meses después y sólo relataría una heroica reacción de marinos que no pudo llegar a cumplir sus altos fines (sólo tuvieron dos muertos y uno de ellos por suicidio) y una salvaje venganza de quienes tuvieron cientos de muertos “quemando las iglesias”.
Y sobre esto es interesante lo que trae Pedro Bevilacqua en su documentado libro Hay que matar a Perón.
Consigna Bevilacqua el testimonio del periodista Ricardo Day, quien al pasar por San Nicolás, de cuya torre salía una densa columna de humo, vio a un grupo de bomberos forzando la puerta con una barreta y se preguntó ¿Los incendiarios cerraron la puerta con llave? Investigó y supo que en las 8 iglesias quemadas (todas en el centro), las puertas estaban cerradas con llave. Que ningún vecino vio a nada paracido a una turba de asaltantes. Que preferentemente se había hecho fuego en las torres, para que el efecto chimenea MOSTRASE el incendio. Que en algunas se habían acumulado cajones y pedazos de cubiertas para hacer mucho humo. Que TODAS habían recibido un aviso el día anterior de que no hubiese sacerdotes. Que los civiles complotados fueron advertidos de que “se esperaba la quema de algunas iglesias, pero que no debían intervenir”. Y finalmente que salvo la Curia, cuyo incendio se produjo por una bomba de aviación, el resto de los incendios había comenzado antes de que terminase el bombardeo a la plaza.
No sirvió para mucho la tardía apertura de las radios a la oposición ni sus llamados a la cordura pocos días más tarde. El 30 de agosto Perón cambiaba de rumbo, y con el famoso discurso de “por cada uno de nosotros caerán cinco de ellos” intentaba volver a reunir su desconcertada tropa y hacer un punto fuerte desde el que se pudiese negociar... pero ya se habían cometido demasiados errores de ambas partes para solaz del imperialismo, que nos tenía como un forúnculo a extirpar...
Ya los argentinos estábamos sumergidos en la locura.
Por eso, como les dije al principio: LA HISTORIA NOS DEBE ENSEÑAR PARA NO COMETER LOS MISMOS ERRORES.
Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego www: institutonacionalmanueldorrego.com - Dirección: Rodríguez Peña 356. CP: 1220 CABA Argentina - Teléfono: 54 11 4371 6226
Las opiniones vertidas en este suplemento corren por cuenta de sus autores y están abiertas al debate. Mail: contactos@institutodorrego.gob.ar - contactos.institutodorrego@gmail.com
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