miércoles, 7 de octubre de 2015

POR OTROS 17 DE OCTUBRE...

17 DE OCTUBRE DE 1945













Por otro 17…
MIERCOLES 17 DE OCTUBRE DE 1945
JOSE MARIA ROSA


La movilización popular del 17 de Octubre de 1945 fue el hecho de masas de mayor magnitud que conoció nuestro país hasta ese momento histórico.
Fue esa movilización la que permitió grabar a fuego, desde ahí y para siempre, el destino de nuestra patria; pues la participación social y política que lograron a través de esta jornada épica lo mejor de nuestro interior, que había inmigrado a nuestra ciudad ante los nuevos requerimientos industriales, nunca más se podrá borrar de su conciencia ni de nuestra historia.
Esta jornada, que fue obra de todo un pueblo, permitió además tener un claro conocimiento de los argentinos; ya que puso, en corto tiempo, en evidencia quienes estaban con la Dependencia y quienes con la Liberación.
Línea comenta en esta nota lo ocurrido en esa mañana gloriosa; también la participación de la mujer en esa jornada y pone en consideración de sus lectores una serie de pautas organizativas para que nuestro pueblo efectivice un nuevo 17.


La gente se venía nomás. En algunas fábricas de Avellaneda había piquetes que invitaban a concentrarse en la Avenida Mitre pero no en muchas. Una consigna telepática paraba en las puertas a los obreros y los hacía rumbear a la Avenida Mitre, que desde las siete de la mañana hierve de gente “¡A Buenos Aires!” “¡A traer a Perón!”. No solamente en Avellaneda, en Banfield, Gerli, Quilmes, Lanús. Los primeros pudieron pasar el puente muy de mañana, pero a las ocho Emilio Ramírez consiguió que la policía lo levantara. No importa: se cruza en las barcas semipodridas amarradas a la ribera, o en tablones improvisados, o a nado. No eran hombres solamente: mujeres, muchas mujeres; algunas con niños colgados al pecho. Media hora después el puente volvió a tenderse porque las órdenes del jefe de Policía se cumplían a medias. Los ferrocarriles no circulaban, los tranvías tampoco, porque el personal se sumaba a la columna.

NO ERA EN BUENOS AIRES SOLAMENTE
Los obreros de la carne de Berisso y Ensenada avanzaron hacia La Plata. Silban a la Universidad, apedrean el diario El Día, y a las doce improvisan un acto frente a la Casa de Gobierno provincial. Después, llevados en camiones y automóviles incautados, irán a la Plaza de Mayo. En Tucumán los trabajadores de los ingenios azucareros, en huelga desde el día anterior marchaban a pie desde el 16, desde Lules y Mercedes; en la ciudad se les unen los ferroviarios y la población anónima de los ranchos de las afueras. Sin que nadie se atreva a impedirlo. Reclaman en la escalinata de la Casa de Gobierno el regreso de Perón. En Córdoba, la marea que llegaba de Alta Córdoba y de las canteras dominó las calles centrales, silbó al Jockey Club, al Club Social, al Instituto Cultural Argentino Norteamericano. No hubo mayores desmanes: una alegría, una inmensa alegría traducida en cantos, bailes, saltos, sobre todo saltos, los embargaba. En otras ciudades los grupos de trabajadores obligaban a cerrar los comercios.

AL MEDIODIA
Las calles de Buenos Aires que llevaban a Plaza de Mayo: Belgrano, la Avenida Corrientes, Santa Fe, hormigueaban de hombres y mujeres que vivaban a Perón, repitiendo su nombre en aires de moda: “¡Yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P, ¡Perón!”
Angel Perelman, dirigente metalúrgico, vio llegar muy de mañana al sindicato de la calle Humberto I a unos compañeros de Barracas, que a esa hora suponía trabajando:
* ¿Qué pasa?
* En Avellaneda y Lanús la gente se está viniendo para el centro.
* ¿Cómo es eso?
* No sabemos quién largó la consigna, pero están marchando desde hace unas horas hacia Buenos Aires.
* ¿Pero si la CGT resolvió anoche que la huelga fuera para mañana? ¿Qué es esa marcha?
* La cosa viene sola. Algunas fábricas que estaban trabajando han debido parar; los hombres en vez de irse a sus casas enfilan a la Plaza de Mayo. ¿Ustedes saben algo?


UN NUEVO TIPO DE GENTE
Gente que no se estaba acostumbrado a ver en las calles del centro de las ciudades, los despreciados cabecitas negras (como les llamaban despectivamente los rubios, cuyos padres vinieron de Polonia o Ucrania) venidos de la campaña para trabajar en las fábricas de las orillas ciudadanas, desarropados como andaban los obreros de entonces (descamisados los llamará Ghioldi) “¡Sin galera y sin bastón, los muchachos de Perón!”
Sucios con la grasa y el aceite del Riachuelo, destrozadas las alpargatas por la caminata; pero alegres, muy alegres, al verse juntos y saberse tantos. Los más jóvenes marchaban con saltos. “¡Aquí están, estos son, los muchachos de Perón!”. “¿Si esto no es el pueblo, el pueblo dónde está?”.
No iban en orden, zigzagueaban a lo ancho de las avenidas como si tomaran posesión de algo suyo. Silbaron al pasar ante la casa socialista herméticamente cerrada; hubo también silbidos, ante el edificio de Crítica, a la altura del 1300; aplausos a la Epoca; unas cuadras más allá silbidos estruendosos a La Razón y, sobre todo, a La Prensa. Pero nada más, ninguna piedra cayó contra el cortinaje metálico que protegía las vidrieras cerradas. Oí consignas nacionalistas, nuestras consignas, que me desconcertaron porque no me imaginaba que hubieran llegado hasta ellos”. ¡Patria sí, colonia no!”. “¡La Argentina, para los argentinos!”.

EPISODIOS ENTRE DRAMATICOS Y RISUEÑOS
Frente al edificio donde estaba entonces el Club del Progreso en Avenida de Mayo al 600, un señor de edad, trajeado a la antigua, de galera, cuello palomita y chaleco (seguramente un socio de la institución), apoyado en su bastón, con las manos atrás, contemplaba el curioso espectáculo. Uno de los descamisados que marchaba por la vereda dio un golpe con el pie al bastón haciendo caer al anciano. Este se levantó y dio un bastonazo en la cabeza al insolente, que cayó al suelo. Los manifestantes de la calle, al ver su compañero caído corrieron hacia él, produciendo un desparramo. El caballero de la galera y el bastón no escapó: esgrimiendo su palo esperó la acometida. Yo, y supongo que todos, lo dimos por muerto. Los descamisados llegaron hasta el caído, lo ayudaron a levantarse: “¡No te hemos dicho que hay que andar con cultura caracho!...Discúlpelo, señor!”

ESA ERA MI GENTE
Comprendí que esa gente de bromas infantiles y procederes hidalgos, que se burlaba de lo ridículo, pero respetaba lo respetable, que atravesaba el Riachuelo a nado, que venía de los más apartados arrabales para jugarse por un amigo, era mi gente; sentía la vida como yo, tenía mis valores, no se manejaba por palabras, sino por realidades; era el pueblo, mi pueblo, el pueblo argentino, el pueblo de la revolución de los restauradores, de las invasiones inglesas y de las jornadas de 1810, el pueblo de la noche del 5 y 6 de Abril de 1811, el pueblo tantas veces mencionado en los programas de los partidos políticos y en los editoriales de los diarios con frase retórica. No era una entelequia: era algo real y vivo. Comprendí donde estaba el nacionalismo. Me vi multiplicado en mil caras; sentí la inmensa alegría de saber que no estaba solo, que éramos muchos.
Compartí su alegría, comprendí que mi lugar estaba con ellos. Algunas cosas me habían alejado de Perón, pero eran minucias ante esa inmensa realidad; cosas accidentales que no podían anteponer a lo esencial. Lo importante era que el pueblo siguiera a Perón como a los grandes caudillos de otros tiempos, […]. Comprendí que la voz del pueblo era la voz de Dios, que el pueblo ama y los enemigos del pueblo odian; porque Dios se hizo hombre entre los humildes y se rodeó de humildes para predicar la verdad. En el pueblo estaba la verdad no en el mundo de las apariencias y de las frivolidades.

NACIONALISTAS Y FORJISTAS
Más allá lo vi a Jauretche, impresionado por el espectáculo, pero algo apesadumbrado: “Estos sienten como nosotros, piensan como nosotros, pero ninguno nos conoce; si fueran enemigos ya nos hubieran apaleado”. Formamos un grupo de nacionalistas y forjistas junto a las arcadas del Cabildo. En ese mismo lugar ciento treinta y cuatro años antes los orilleros de la noche del 5 y 6 de Abril vinieron a darle sentido nacional a la revolución que los doctores no sabían conducir. “El subsuelo de la patria sublevado” lo definiría con acierto Raúl Scalabrini. “No hay rencor en ellos, observaría Leopoldo Marechal, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder”. Pero no todos sentían ese latido de la patria como nosotros.
“¡Es un carnaval!”, lo define alguno ante las protestas de Marechal, para quien a la patria debía amar en esas caras concretas y no en figuras literarias.
“Si fuera un carnaval sería triste, como son nuestros carnavales; pero esto es alegre, es otra cosa” corregirá creo Jauretche. “¿Quién lo habrá organizado? ¿Evita, Mercante, el capitán Russo, la CGT…?” preguntó otro. “Sólo un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no lo organizó nadie”.
No nos pusimos de acuerdo. Y desde ese momento hubo nacionalistas y forjistas de un lado y nacionalistas y forjistas del otro. Todos con idéntica sinceridad. Quienes sentimos al pueblo esa noche del 17 de Octubre de 1945 y quienes lo despreciaron desde el mundo perfecto de las apariencias.

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